La Manteca

Hacía muchos años que en mi casa no entraba una manteca, tantos como treinta, por lo menos. Esta me la había regalado Marina, la de la quesería y estaba hecha como ella hace las cosas, de la mejor manera, con dedicación y la sabiduría heredada generación tras generación. Sabía perfectamente lo que iba a hacer, la reservaría para el desayuno. Después de un día intenso de trabajo me acosté con la satisfacción de que mañana era sábado y me dormí con el peso del cansancio de toda la semana.

¡Qué agradable despertar!

Mi abuela ya estaba lista, me esperaba con la ropa preparada y mi cestina para que la acompañase a la plaza.

Desayunaríamos cuando hiciésemos la compra. Venga, me decía que ya bajaron las lecheras. Y era verdad, cuándo llegamos ya estaban distribuidas por la plaza, cada una en su puesto, traían verduras, huevos, pan. Nuestra vecera estaba allí, ella nos proveía de todo. Con un tanque de medio litro Encarna nos echaba el litro y medio que llevaba siempre mi güela.

Compramos lo necesario y nos fuimos para casa. Vaciamos toda la compra, la colocamos y por fin pusimos dos tazas, el pan, mi bollo de cuernos y la manteca, por supuesto para mí espolvoreada de azúcar.

No había mejor manjar que aquel. No había persona, en mi pequeño mundo, que más quisiera que a ella. No hubo un sueño más dulce que este.

Autora: Charo Fernández Pérez

Un 5 de febrero de 1932 comenzó a escribirse la historia de esta casa, cuyo solar costó la cantidad de 100 pesetas. Dos años después, su silueta se imponía en la mitad del anfiteatro de Cudillero, grande y firme.
Tan firme que 89 años después, la casa familiar de Carlos, Marina, Marianita, Miro, Juan y Blanca escribe una página nueva, sin perder sus raíces ni olvidar su historia…
Para nosotros siempre será La Casa de La Garita

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